SORORIDAD: LA HERMANDAD DE LAS MUJERES
de Marianna García Legar (Doña Loba)

Las mujeres que estamos trabajando en círculos de mujeres vamos redescubriendo paso a paso la profunda dimensión de la hermandad existente entre nosotras. Hay una palabra fuera de uso que define estos vínculos específicamente femeninos de hermandad: es la palabra sororidad.


Sororidad viene de sor, que quiere decir hermana o seora (señora). Sororidad es, por tanto hermandad femenina, a diferencia del término fraternidad, que al venir de frater, hermano, da nombre a la hermandad de los hombres.

¿Cómo es la sororidad? El termino nos suena extraño porque hace tanto tiempo que dejó de usarse que desapareció del imaginario humano del siglo XXI. La hermandad femenina aparentemente desapareció con el patriarcado, que dice que las mujeres somos enemigas las unas de las otras y que la envidia y los celos dominan nuestras relaciones.

Uno de los primeros pasos de la transformación de la cultura humana en una cultura patriarcal, fue separar a las mujeres. Con el matrimonio monógamo cada mujer quedó aislada del resto. Así se quebró la unión de las humanas que juntas parían, alimentaban y criaban a sus bebés, en las épocas en que la humanidad sólo tenía madres y los niños eran polipatores, es decir hijos con muchos padres.

Sabemos que la bipedestación, -y el consiguiente estrechamiento del canal pélvico unido al crecimiento craneal propio de nuestra especie-, obligó a las hembras humanas a necesitar ayuda durante el parto haciendo del mismo un acto social. Ya no podíamos parir solas como las otras primates, nosotras tuvimos que aprender a auxiliarnos las unas a las otras para no perder nuestra vida o la de nuestras crías en el parto.

Sabemos que en algún momento remoto nuestras tatara ancestras se desligaron juntas del influjo solar del estro, para alinearse con la energía lunar de la menstruación. Y también sabemos que sus cuerpos generaron una sinergía capaz de crear la menopausia, fenómeno único entre las hembras mamíferas –y ya sí exclusivamente humano-; que posibilitó que nuestras crías prosperaran mejor al disponer de más de una mujer para cada cachorro.

Sea como fuere que ocurrieran esas proezas biológicas, la sinergía femenina de nuestras ancestras benefició a la familia humana posibilitando que nuestra especie prosperara a pesar de la extrema fragilidad de nuestras crías, que completan su desarrollo neurológico fuera del útero en la llamada exterogestación.

Hoy la ciencia nos ha demostrado que cuando las mujeres estamos juntas segregamos oxitocina y otros fluidos hormonales de placer, relajación y bienestar. Algunos llaman a la oxitocina “la molécula del amor” porque favorece la empatía y las relaciones sociales potenciando la confianza y la generosidad entre las personas y reforzando los vínculos. Además la oxitocina es la hormona maternal por excelencia, que favorece las contracciones del útero durante el orgasmo y el parto si la mujer es dejada en paz y puede abandonarse a su propia naturaleza instintiva. Cuando las mujeres estamos juntas segregamos oxitocina y eso nos ayuda a parir con facilidad y placer, al tiempo que asegura que la leche fluya a nuestros pechos.

Estos datos nos habla de cómo son y a qué contribuyen los vínculos de hermandad de las mujeres, y puede comenzar a llenar de nuevos contenidos el concepto de sororidad.

En los albores de la humanidad los estrechos vínculos que las mujeres generamos entre nosotras contribuyeron a sustentar la vida. Fue entonces cuando se gestó la sororidad entre nosotras. Una hermandad que imagino forjada en un crisol de intimidad donde vida, muerte y sangre forman un todo indisoluble y cotidiano, que constituyen los misterios de la menstruación, el parto y la menopausia.

En esta historia ancestral femenina brilla un hilo conductor que guía nuestros vínculos sororales. Ese hilo es un propósito, un norte, un empeño común: lograr que la vida pudiera perpetuarse, que nuestros hijos e hijas pudieran vivir, y nuestros nietos continuar viviendo... Desde el principio velábamos las mujeres por las generaciones futuras, empeñadas hasta en nuestra biología para sustentar ese intento.

En el presente, los espacios en que las mujeres nos reunimos, sean círculos, sororidades o asociaciones, nos ofrecen una nueva oportunidad para seguir contribuyendo con la familia humana, a la vez que sanamos nuestras heridas y segregamos hormonas de bienestar que activan en nosotras la empatía, esa gran virtud que consiste en la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

Las relaciones entre las mujeres debe ser cultivadas con paciencia, como un jardín que necesita de cuidados. Sabemos que el hecho de ser mujer no nos libra de actitudes erróneas, ya que todas somos hijas de la jerarquía patriarcal. Cada una debe acechar en sí misma los momentos en que las tendencias patriarcales que hemos internalizado aparecen y nos desvían de nuestros objetivos.

También es importante recordar que construir sororidad no significa alejarse del pueblo de los hombres. Hombres y mujeres constituímos la familia humana y, como dice la Abuela Agnes Baker-Pilgrim, “Estamos todos juntos en esta canoa agujereada, o nos salvamos juntos o juntos nos hundimos”. Crear sororidad es sustentar un espacio donde podamos aprender a ser mujer entre mujeres. En paralelo con nuestro cometido muchos hombres participan de círculos masculinos donde van construyendo una nueva masculinidad. Y también hay círculos mixtos donde hombres y mujeres podemos compartir y crecer juntos.

Los círculos de mujeres ofrecen un espacio de trabajo para reconstruir esa sororidad olvidada. Una sororidad que contribuya a cambiar la manera de relacionarnos y se expanda como modelo para construir un mundo solidario y armónico con la naturaleza. Una sororidad que restaure, entre nosotras y en todo el planeta, valores relacionados con el cuidado, el amor incondicional, la aceptación de la diversidad, y el beneficio de todos los seres sintientes y de la Madre Tierra.