Textos de Marianna Doña Loba
Por Marianna Garcia Legar. Extracto del libro "La Rueda de Izpania. Fiestas de la Tierra y espiritualidad matrística en la península ibérica. Con rituales para círculos de mujeres y mixtos".
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Trini de los Ángeles. triniang@hotmail.com
por Marianna García Legar Doña Loba
Yo tenía 17 años cuando aborté en Argentina en 1972. Me quedé embarazada porque, al estar en el segundo día de la menstruación, no me tomé medidas anticonceptivas. No imaginaba que era posible quedarse embarazada durante la regla, pero luego supe que era muy frecuente y les pasaba a muchas chicas.
Yo no quería tener una criatura a esa edad. Mi novio de 19 años tampoco, aunque hubiera respetado y apoyado mi decisión si yo hubiera querido tenerlo. Pero yo no quería, bajo ningún concepto. En la ingenuidad de mi juventud no me daba miedo abortar, estaba tan convencida de lo que quería hacer que nada me lo hubiera impedido, a pesar de que en esa época el aborto era ilegal no sólo en Argentina, sino en casi todo el planeta.
Busqué alguien que hiciera abortos. Alguien que conociera a alguien que conociera a alguien que hubiera abortado y sobrevivido… Así funcionan estas cosas y, en general, acabas en manos de gente de la que, en realidad, no sabes casi nada. Pero como el tiempo corre y cuanto más avance el embarazo peor es la cosa, eliges sin saber muy bien a quien estás eligiendo. Por lo menos me dijeron que no hacían el aborto insertando una aguja de tejer en el orificio del cuello del útero, algo muy frecuente que causa perforaciones de útero, infecciones y muertes. No hubo más explicaciones.
No realizaron ninguna cita previa, nadie me revisó antes de operarme, ni me encargó análisis de ningún tipo. Concerté la hora por teléfono, y esos fueron todos los preliminares; me vieron por primera vez para realizarme el aborto.
El día del aborto me acompañaron mi novio y mi madre. El lugar quedaba por Floresta, una típica casa porteña de barrio, de esas que tienen un patio al que dan todas las habitaciones. La habitación era un cuarto con dos mesas, una de las cuales hacía las veces de camilla. Entré, me tumbaron sobre la mesa y me durmieron con una inyección, nunca supimos qué me pusieron para hacerlo. Según me contaron mi madre y mi novio –que me esperaban fuera– en cuanto me durmieron yo comencé a gritar que no quería que me operaran. El tipo que me intervenía y la mujer que lo ayudaba me ataron a la mesa, cerraron la puerta con llave para que mi familia no pudiera entrar y me hicieron el aborto. Me dijeron que yo grité todo el tiempo como una loca que me dolía, aunque luego no recordaba nada.
Al acabar, me desperté llorando entre vómitos que duraron mucho rato. Lo primero que vi al despertar fue un bote de insecticida para cucarachas, que estaba en la misma mesa sobre la que me habían intervenido. Luego nos mandaron a casa sin concertar ninguna cita posterior para revisarme y ver cómo estaba. Tampoco me recetaron antibióticos. Afortunadamente no hubo complicaciones y sobreviví sin secuelas.
Mucha gente cree que las únicas que reclamamos el derecho al aborto somos las mujeres feministas, pero, en realidad ellas representan a todas las mujeres. El aborto no es algo “nuevo”, ni un invento feminista producto de esta época. Se calcula que a mediados del siglo XIX aproximadamente la mitad de los embarazos eran abortados, ya que el aborto siempre ha existido, a pesar de que cuanto más nos remontamos al pasado, más peligroso era.
En todas las familias han habido muchas muertes por abortos. Todos los linajes tienen una larga y silenciada lista de mujeres muertas a consecuencia de un aborto que fueron y son consideradas una deshonra, cuando en realidad lo que son es una vergüenza para la sociedad en la que han ocurrido. En mi familia materna, una tía abuela mía murió a consecuencia de un aborto mal realizado. La pobre tenía ya 5 hijos y no quería más, pero su marido no paraba de embarazarla. Aunque en mi familia siempre se dijo que había muerto de peritonitis, mi madre me contó la verdad. Por todas ellas, por todas nuestras parientas muertas en abortos y nunca reivindicadas, estamos luchando para lograr en Argentina un aborto libre, legal, gratuito y digno. Parte de nuestra batalla debería pasar por conocer y honrar en nuestras familias sus nombres, y quizá deberíamos salir la calle con esos nombres escritos en nuestras pancartas cuando nos movilizamos por este asunto. Ya es hora de reivindicar a las mujeres de nuestras familias que murieron abortando y sacarlas del silencio con el que fueron enterradas.
Además, muchas de nuestras madres, abuelas y tías también son supervivientes del aborto, pero lo ocultan considerándolo una mancha horrible. Estos abortos, al estar escondidos y considerarse una infamia, afectan inconscientemente a nuestros linajes e influyen sobre nuestras vidas de un modo profundo e ignorado. Yo sé que mi madre y mis abuelas abortaron, ya que mi madre también me lo contó. Quizá ya sea hora de comenzar a preguntar a las mujeres de nuestras familias si ellas también han abortado, devolviendo esa realidad a la luz y ayudándolas a sanar estas supuestas deshonras que, en realidad, sólo son dolorosas heridas femeninas.
Si las mujeres que hemos abortado estuviéramos dispuestas a relatar nuestras experiencias, si pudiéramos dejar de lado la vergüenza y fuéramos conscientes de lo sanador que puede resultar hablar de esto, comenzaríamos a cambiar el paisaje del mundo interno femenino. La idea de que la principal función de la mujer es tener hijos está profundamente arraigada en nuestro inconsciente. Cuando decidimos abortar, cuando nos elegimos a nosotras mismas antes que a la criatura que llevamos en nuestras entrañas, miles de años de ideología patriarcal religiosa e institucional se levantan contra nosotras en nuestro interior, por no mencionar lo que ocurre a nivel social.
Sin embargo, también es importante recalcar que estas experiencias sólo deben ser compartidas en espacios seguros, donde sepamos que no seremos juzgadas. No se trata de exponernos inútilmente ni de hacer de heroínas, ya que no tenemos por qué demostrar nada. Por ello sólo debemos compartir estas vivencias donde sepamos que podremos hablar con tranquilidad, ya que seremos escuchadas con empatía y cariño, sin que nadie nos “envíe a la hoguera”, nos llame asesinas, o divulgue esta información donde no corresponde, sólo para hacernos daño. Este es un tema que levanta muchísimas ampollas y no debemos correr riesgos innecesarios.
Otro estigma que se arrastra es el de los abortos repetidos. Muchísimas mujeres han abortado varias veces. Esto se vive como una de las mayores vergüenzas que podemos experimentar y de la que nunca se habla, ni siquiera en confianza. Ya es hora de abrir también esas puertas y sacar a la luz esos hechos.
A veces la mujer queda embarazada porque está con un hombre que no acepta usar métodos anticonceptivos (y ya es hora de que seamos conscientes de que cuando un hombre se niega a usar métodos anticonceptivos nos está maltratando). Pero también esto puede suceder porque la mujer ha hecho de su relación con los hombres una forma de abuso contra su propio cuerpo y su propia fecundidad, lo cual suele generar un inmenso odio hacia una misma. Quizá deberíamos comenzar a preguntarnos porque algunas mujeres imitamos la deplorable costumbre, tan extendida entre muchos hombres, de tener relaciones sexuales sin tomar medidas anticonceptivas (y tenemos claro que eyacular fuera no es un método anticonceptivo). Quizá deberíamos preguntarnos porque no nos negamos a tener relaciones sexuales con esos hombres, o porque aceptamos ser penetradas en esas circunstancias, exponiéndonos una y otra vez a la hiperfecundidad masculina. Quizá deberíamos investigar qué se esconde bajo ese comportamiento autodestructivo, ya que somos nosotras las que, luego, pagaremos las consecuencias teniendo que someternos a una intervención invasora y al trauma emocional que comporta.
Ni yo ni nadie se enorgullece ni se siente feliz de haber abortado, aunque una siga adelante con su vida con un cierto alivio por no haber tenido esa criatura. Pero cuando pasan los años ves con más claridad cuánto y cómo te ha herido abortar, así como la culpa que guardas encapsulada en tu interior por no haberle permitido vivir a tu criatura. Pero, en la mayoría de los casos, ni aun así te arrepientes de haberlo hecho.
Sin embargo, todo en nuestra vida cambia a partir de un aborto, porque la maternidad no puede ser deshecha y deja huellas en el alma, marcas que es necesario reconocer y honrar. Por ello cada criatura no nacida debe ser acogida en nuestro linaje, ya que todas ellas forman parte del mismo. Asimismo, el trauma tiene que emerger a la consciencia para ser sanado, de modo que la mujer pueda continuar su camino sin hacerse daño a sí misma por la culpa inconsciente.
Si el aborto no es legal, las clínicas donde abortan las mujeres adineradas están en manos de mafias organizadas que sobornan con dinero a la policía y al estado para poder hacer ese trabajo. Y las mujeres pobres abortan de la única manera que pueden, con personas que actúan como carniceros que no respetan su salud ni sus vidas.
Según datos del Ministerio de Sanidad en España, en 2024 se realizaron 106.172 abortos, un 3% más respecto al año anterior. La tendencia muestra un aumento continuo de abortos año a año, registrándose el mayor número en 2024. Con 322.034 nacimientos en ese mismo año, se deduce que fue abortado uno de cada cuatro embarazos.
En España no se registran muertes de mujeres por abortos desde la legalización del mismo. Por el contrario, en los países donde no es legal el aborto es una de las principales causas de mortalidad materna, causando innumerable cantidad de graves complicaciones médicas en las supervivientes.
En 2023 en España se eliminó la necesidad de consentimiento parental para las menores de edad que tengan 16 o 17 años. Tengamos en cuenta que 11.699 del total de abortos de 2024 fueron practicados en menores de 20 años. En estos casos también aumenta el número de año en año. Es importante y necesario que la interrupción pueda realizarse sin consentimiento parental, ya que bastantes de esos embarazos son fruto del abuso sexual intrafamiliar.
El primer país del mundo en legalizar el aborto fue la Unión Soviética en 1920, mediante un decreto que permitía la interrupción voluntaria del embarazo en hospitales públicos y de forma gratuita. Hasta 1973 el aborto no fue legal en más países. En ese año se legalizó en Dinamarca, Estados Unidos y Túnez. Muchos países de los cinco continentes mantienen la prohibición del aborto. Defendamos ese derecho en España, ya que mucho costó lograrlo y ahora vuelve a estar en riesgo.
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En el proceso de duelo por un amor que concluye siempre llega un momento en que tenemos la oportunidad de darnos cuenta de los errores que nosotras mismas cometimos en la relación.
Por ese camino, si permitimos que ocurra, tarde o temprano veremos descarnadamente la fea cara de la que una no querría ser pero, muchas veces, UNA ES. Esa parte nuestra que inexplicablemente atenta contra el amor una y otra vez, saboteando nuestras relaciones. Ese aspecto interno que está furioso y unas veces irrumpe por sorpresa e intenta destrozarlo todo brutalmente, y otras escapa aterrorizado y lleno de pánico.
¿Cómo podemos las mujeres establecer vínculos profundos y duraderos en la relación de pareja, en lo que depende de nosotras? Para lograrlo lo primero que tenemos que saber es que no basta con conectar con la mujer salvaje y elevar nuestra autoestima. Si queremos conocer el amor de pareja, el verdadero amor, tenemos que aprender a mirar de frente nuestra propia sombra, porque ésta existe a pesar de estar muy poco mentada dentro del mundo de la espiritualidad femenina.
Por supuesto que los hombres también tienen que hacer lo suyo, eso es innegable, pero eso es algo que no está en nuestras manos. Lo que sí está en nuestras manos es el trabajo sobre nosotras mismas. Desde ahí es importante recordar que en el camino de la sanación femenina quizá se ha dejado un poco de lado el hecho de que nosotras también tenemos poderosas monstruas internas que necesitan ser domesticadas, para evitar que emerjan inconscientemente y destruyan nuestros vínculos en contra de nuestros anhelos más profundos.
En esas ocasiones en vez de huir (que es la primera reacción que una tiene), la mujer tiene que aprovechar la oportunidad de acechar valientemente su propia sombra, y quedarse quieta para poder conocerse mejor. Si una osa mirarla verá con claridad meridiana a esa que es parte intrínseca de una misma. Una bicharraca extraña que escapa a nuestro control, y que no solemos reconocer como parte nuestra, porque nos pasamos la vida proyectando su imagen sobre los demás.
Rara vez la vida nos regala momentos en los que podemos vislumbrar nuestra sombra ya que ésta, por su propia naturaleza, es huidiza. El duelo es una de esas ocasiones sagradas porque, tarde o temprano, nos hace asomarnos a “los momentos perdidos” aquellos "que podrían haber sido" pero que “ya nunca serán”… Y entonces, cada paso que una dió contra el amor, vuelve como dolosa enseñanza de aquello que no queremos volver a repetir.
Está bien que duela, porque así una aprende. Si la mujer es honesta y está comprometida en su proceso de maduración, aprovechará la ocasión y podrá ver con claridad meridiana su propia sombra, esa que siendo ella misma, la aleja paradójicamente de lo que ella misma más anhela.
Cuando nos damos cuenta de que fuimos muy exigentes, o muy déspotas, o muy tiranas, o muy despreciativas, o muy demandantes, o muy celosas, o muy quejicas, o muy lo que sea… estamos ante un momento sagrado, que a la vez es enormemente doloroso. Sin embargo éste es un paso imprescindible en el camino de individuación que hay que transitar para transformarnos en una mujer adulta, capaz de construir vínculos profundos de amor real.
Cuando la mujer “se da cuenta”, y ve lo que ha perdido por lo que podríamos llamar sus “fallos”; la niña caprichosa, exigente y marisabidilla que se cree perfecta comienza a morir… ¡Qué gran momento! Porque sólo cuando esa niñata muere en nuestro interior, la mujer que estamos destinadas a ser comienza a abrirse camino en nuestra vida.
Lo que la mujer no debe olvidar nunca es lo siguiente: en ese momento, en medio del estupor del darse cuenta, una gran lupa se instala sobre sus conclusiones, magnificando la potencia negativa de sus actos. Sea cual sea la magnitud de tus propios errores no te agobies, una relación siempre es una construcción que se realiza entre dos.
Por tanto no te flageles, no te castigues, no hay nada que expiar. Llora lo que tengas que llorar, toma nota de tus errores y trabaja sobre ellos porque SEGURO QUE VOLVERÁS A REPETIRLOS en futuras relaciones, ya que siempre ocurre así. Sólo una mujer adulta puede asumir su parte de responsabilidad sobre el final de una pareja, y tú ya has dado el primer paso. Ten esperanza puesto que quien “ha visto” y se mantiene firme en su camino de aprendizaje, ya nunca volverá a la oscuridad inconsciente, que tiende a culpabilizar de todo a los demás.
Recoge tus proyecciones, hazte consciente de tus obstáculos relacionales y trabaja sobre ellos. Recuerda que la mujer adulta, que está naciendo en ese “darte cuenta”, puede aprender a gestionar su neurosis respecto a la pareja para llegar a vivir un amor real. Ponte en marcha para tener disponibles recursos de gestión de tus conflictos, y actívalos cuando el amor regrese a tu vida, para que éste te encuentre abierta, despierta, dispuesta y consciente.
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TODAS tenemos que sanar lo femenino en nosotras, y TODAS tenemos que sanar la relación con nosotras mismas, aunque no nos duela la menstruación.
En todo caso habría que pensar porqué nos duele. Pero en vez de pensarlo desde una perspectiva personal (que suele transformar ese dolor en un estigma), habría que repensarlo desde una perspectiva social, e incluso política y económica.
De todos modos yo ahora quería expresar otra cosa: miremos el dolor de otra manera. A algunas de nosotras, si la vida no las tumba, no paran jamás... La mayoría de nosotras estamos sobre estresadas y no nos damos respiro.
Gracias al dolor una mujer así, puede descansar una vez al mes. Dicho de otro modo, ese dolor es útil para ella, la ayuda a hacer lo que necesita, pero no hace: descansar.
SI HAY DOLOR con la menstruación, esto nos obliga a aprender a tratar con el dolor y a gestionarlo. Nos ofrece un entrenamiento con el dolor propio de un guerrero, que es útil para la vida de la mujer.
Por esa característica el pueblo Lakota considera que SÓLO el hombre TIENE QUE hacer la Danza del Sol, en la cual se cuelgan de los cueros del pecho hasta romperlos, para ofrendar la sangre a la Tierra.
Lo hace SÓLO el hombre, porque la mujer ya tiene su propia iniciación en el dolor y su ofrenda de sangre. Es una iniciada y, por tanto, una guerrera reconocida por la tribu.
SI TE DUELE, apaga el teléfono, métete en la cama a oscuras, ponte calor en la barriga, hazte el amor, ten orgasmo, duerme todo lo que puedas, come un poco, descansa a oscuras, ensueña, vuelve a hacerte el amor, ten otro orgasmo, duerme un poco más. Descansa... Déjate llevar... Olvídate del reloj...
Y dale gracias a la Madre de los Dolores por permitirte ese respiro.
SI TE DUELE, sigue al dolor, porque te lleva adonde tienes que estar: ¡a tí misma!
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Hablando el otro día con una joven que sufría por el final de un romance breve, le dije que los enamoramientos, así como se tejen, pueden destejerse. De hecho, cualquier mujer que haya incorporado las enseñanzas de su ciclo menstrual, tiene maestría en el arte de destejer.
Estás enamorada… Alguien despierta en ti una chispa que te llama y te arrastra y te hace sentir muy, pero que muy bien… Pero pese a toda la ilusión que pueda hacernos, algunas veces nos encontramos con situaciones como éstas:
Ya dijimos antes que el enamoramiento es un milagro que nos permite ver la divinidad esencial del otro, su verdadero potencial. Es una emoción que puede abrir la puerta del Amor, un sentimiento más grande y profundo que el enamoramiento.
Ahora que sabes que te encuentras en una situación adictiva que no está al servicio de tus anhelos profundos, el primer paso es decidir salir de ella, ya que ninguna adicta se aleja espontáneamente de aquello a lo que está enganchada.
Nuestro ciclo sexual menstrual es una gran escuela para aprender y experimentar la lección de la impermanencia de todos los fenómenos, incluido el enamoramiento.




